La entidad del ninguno

Cero, es el comienzo de un camino, el kilómetro 0 una especie de lugar donde nada está definido ni estipulado. Está todo por hacerse. Es el concepto que acuñaron los árabes en la caravana eterna de sus vidas en el desierto. Cero, es la pieza de engranaje, es el pilar donde se construye la aritmética, la cuenta, el principio de todo, la nada donde se cimienta un todo, una realidad inmensa e infinita. La matemática no tiene asidero sin la existencia de este piso (o alcoba de equivalencias) donde se divide lo positivo de lo negativo, el calor del frío (en teoría sólo en pequeñas tesis en las cuales no tienes que pensar mientras lees), este punto de equilibrio, lo que algunos llaman el grado 0 (cero).

Un ejercicio: ¡Dejen en este momento de pensar en el cero! ¡ Piensen en el cero! De seguro que ahora entienden esta explosión de contenidos personales, irreemplazables, incomprendidos, laberínticos, imágenes mentales y sonidos, olores nostálgicos y futuristas, carnes de gallina sonriente, BOOM. Se desataron los colores de lo incomunicable. Los pocos que puedes transmitir, el resto son tesoros personales que cada uno custodia con o sin razón, o lucha para que otros puedan verlos en una pantalla, en un trozo de papel en el encuadre de la ventana que mira a la ciudad por la noche.

Al otro lado del pensamiento, Cero es la palabra. Cero es el Big Bang de la imaginación, la eclosión fantástica de las ideas, la puta página en blanco de los ex escritores, ex bloqueados. Que reinventan labores imposibles como la del ex travesti conversando con el ex sacerdote.

BASTA YA DE METERSE EN MIS PENSAMIENTOS. Volvamos a Cero, retrocedamos al ejercicio anterior para volver una y otra vez en el espiral en el ciclo de los símiles y los irrepetibles, en los de-ja vú de la materia, de los sueños recurrentes. Cero posibilidad de que las coincidencias existan, cero posibilidad de que exista la casualidad, cero posibilidad de que lo que digo sea cierto, cero posibilidad de leer en un texto la verdad.